lunes, 15 de febrero de 2010

Juliano el Apóstata

Juliano el Apóstata (360-363 d.C.)
Por Leonardo Fuentes




El emperador Flavio Claudio Juliano, llamado el Apóstata, siempre ha excitado el interés de los historiadores, a pesar de haber ocupado el trono imperial menos de dos años. Ello se debe, en gran parte, a que fue el último campeón de un paganismo agonizante. Debido a esto, fue difamado por la mayoría de las fuentes cristianas, empezando por San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno a finales del siglo IV. Esta tradición fue recogida en el siglo V por los continuadores de Eusebio (Sozomeno, Sócrates Scholasticus y Teodoreto), y luego por los estudiosos de los siglos XIX y XX. Otras fuentes contemporáneas, sin embargo, brindan una visión mucho más equilibrada de Juliano y su reinado [1].

Sus primeros años

Juliano nació en Constantinopla en el año 331. Era hijo de Julio Constancio, hermanastro del emperador Constantino, y de su segunda esposa Basilina. Julio Constancio, perseguido por la animadversión de Helena, madre de Constantino, llevó una vida errante hasta la muerte de ésta. Después se estableció en Constantinopla y fue designado cónsul por su hermanastro. De su primer matrimonio tuvo tres hijos, entre ellos Galo y Constancia, que se casó con Constancio II. De su segundo matrimonio nació Juliano.

En septiembre de 337, casi todos los miembros de la familia de Constantino fueron asesinados en una purga organizada por Constancio II [2]. Sólo Juliano y su hermanastro Galo se libraron de la matanza, probablemente debido a su escasa edad. Juliano fue puesto bajo el cuidado de Mardonio, un eunuco de Escitia que había educado a su madre y cultivaba la tradición filosófica griega, y probablemente se instaló en Nicomedia. Amiano afirma que, mientras residió en Nicomedia, Juliano estuvo bajo el cuidado del obispo local Eusebio, con quien el futuro emperador tendrá una relación distante. Juliano recibió una educación esmeradísima, teniendo entre sus maestros a algunos de los hombres más famosos del mundo griego en ese momento, entre ellos el gramático Nicocles Luco y el retórico Ecebolo.

Aproximadamente en 344, Juliano y Galo fueron llevados a Macellum, un castillo remoto y aislado en Capadocia, donde permanecieron seis años sin poder salir, soportando una continua vigilancia y siguiendo todos los preceptos de un buen cristiano. Entretanto, el curso de los acontecimientos había dejado como único autócrata del Imperio romano a su primo Constancio que, sintiéndose incapacitado para la enorme tarea, decidió confiarle a Galo una porción de poder, y en marzo de 351 lo designó césar. Al mismo tiempo, a Juliano se le permitió volver a Constantinopla, dónde él estuvo un tiempo antes de trasladarse al Asia Menor, dónde se relacionó con algunos de los filósofos y retóricos paganos más eminentes de la época. Según se dice, es en este momento cuando se produce su conversión definida al paganismo, debido al influjo del afamado teúrgo y filósofo neoplatónico Máximo de Éfeso. Al ser Galo acusado de traición y ejecutado por orden de Constancio II en 354, pareció que el castigo alcanzaría también a Juliano, pero la intercesión de la emperatriz Eusebia -segunda esposa de Constancio- no sólo lo libró del posible castigo, sino que le valió la autorización de Constancio para proseguir sus estudios en Atenas. Allí, estrechó sus vínculos con los filósofos neoplatónicos, especialmente con Prisco, y se inició en los misterios eleusinos. No hay duda, ya en esta época, acerca de sus creencias religiosas aunque por temor al emperador tardaría varios años en hacerlas públicas. La vida de Juliano dedicada a la búsqueda del conocimiento acabó abruptamente cuando fue convocado a la corte imperial a fines de 355.


Juliano césar y emperador

El emperador Constancio y Juliano eran ahora los únicos varones supervivientes de la familia de Constantino; y, como el emperador de nuevo se sintiera abrumado por los asuntos de gobierno, no tuvo otra alternativa más que llamar a Juliano en su ayuda. A instancias de la emperatriz él fue convocado a Milán, dónde Constancio le dio la mano de su hermana Helena, junto con el título de césar y el gobierno de las Galias.

Una tarea extremadamente difícil esperaba a Juliano más allá de los Alpes. A raíz de los disturbios provocados por la rebelión de Magnencio [3], los alamanes y otras tribus germanas habían cruzado el Rin y llevado la destrucción al interior de las Galias. El gobierno de la región también había caído en una gran confusión. Sin duda, el honor de tal nombramiento era muy poco al lado de las dificultades de la empresa que le encomendaba y de los pocos medios y menos poderes que se le concedían. A decir del propio Juliano, no se le otorgó la autoridad suprema sobre el ejército, sino que la dirección de las operaciones incumbía a los generales, todos hombres de Constancio. Ese mismo año, se había levantado un nuevo usurpador en Occidente, Silvano, y se habían producido nuevos ataques de los pueblos germanos. Juliano, con una escolta de 360 soldados y una total carencia de formación militar, fue enviado a las Galias. No obstante, durante los años que permaneció allí (355-361), demostró ser un excelente estratega -lo que no deja de ser sorprendente en un joven que había dedicado su vida al estudio y a la meditación-, un sabio administrador y un hábil general.

En su primera campaña (verano de 356) derrotó a los alamanes y recuperó Augusta Treverorum (Tréveris) y Colonia Agrippina (Colonia). Al invierno siguiente, los alamanes le sitiaron en Senonae (Sens), y a pesar de que le había abandonado el general en jefe Marcelo, Juliano resistió brillantemente a los sitiadores y luego los derrotó. Entonces tuvo que reprimir un levantamiento general de los alamanes, 35.000 de los cuales atravesaron el Rin con su rey Chadomar, siendo completamente derrotados en las cercanías de Argentoratum (Estrasburgo) y Chadomar hecho prisionero. Además, Juliano liberó a 20.000 romanos cautivos e impuso una tregua de diez meses a sus enemigos. Inmediatamente marchó contra los francos y los expulsó de la región del Mosa. Estas victorias, así como su bondad le hicieron muy popular, tanto entre los soldados como entre el pueblo.

Durante los años siguientes, desde Lutecia (París), donde había instalado su cuartel general, continuó con éxito sus campañas contra los germanos, al tiempo que reconstruyó varias ciudades fronterizas e hizo venir desde Britania un contingente de 600 barcos cargados de trigo para prevenir el hambre. Además, ordenó la administración y, hasta donde le fue posible, disminuyó los impuestos que agobiaban a los provinciales. Según Amiano, Juliano fue un administrador capaz que dió pasos para corregir las injusticias de los funcionarios designados por Constancio. Ya por entonces, aunque solo entre un círculo reducido de amigos íntimos, había manifestado su predilección por el culto y la filosofía paganos.

A principios de 360, Constancio, quizás celoso ante los éxitos de Juliano (punto en el que coinciden Zósimo y Amiano Marcelino) y con la intención de debilitarlo, le ordenó a su primo que enviara sus mejores tropas al Oriente con la excusa de preparar una campaña contra los persas. Pero, como la mayoría los soldados eran originarios de las Galias y se habían alistado con la condición de no servir más allá de los Alpes, el ejercito se amotinó y proclamó augusto a Juliano [4]. Este se había esforzado sinceramente en hacer cumplir las órdenes de Constancio, pero una vez consumado el hecho, no podía dar marcha atrás sin graves peligros [5]. Por esta razón escribió al emperador comunicándole lo ocurrido y prometiéndole continuar siéndole fiel si le ratificaba su confianza. Aunque Constancio respondió desdeñosamente y ni siquiera le reconoció ya como césar, Juliano no se decidió hasta el 361 a solucionar la crisis por medio de las armas, esperando sin duda que Constancio cambiara de opinión. Entre tanto llevó a cabo una nueva campaña contra los francos y otra contra los alamanes, a los que Constancio había arrojado contra él, como el propio Juliano descubrió al interceptar una carta de respuesta de Vadomar -jefe alamán- a las instigaciones de Constancio [6].

A finales del verano de 361, Juliano decidió marchar con sus tropas a combatir a Constancio. Este había pasado el verano negociando con los persas y haciendo preparativos para una posible acción militar contra su primo. Cuando estuvo seguro que los persas no atacarían, convocó a su ejército y partió para enfrentarse con Juliano. Mientras los dos ejércitos marchaban inexorablemente uno contra el otro, el Imperio se salvó de una nueva guerra civil cuando Constancio murió inesperadamente de causas naturales, el 3 de noviembre, cerca del pueblo de Mopsucrene, en Cilicia.

Juliano fue reconocido entonces como el único gobernante del Imperio romano -incluso algunas fuentes afirman que el propio Constancio en su lecho de muerte lo había designado su sucesor-. El nuevo emperador llegó a Constantinopla el 11 de diciembre de 361 e hizo enterrar solemnemente a su antecesor en la iglesia de los Santos Apóstoles. Enseguida emprendió una tarea de organización y depuración. Hizo juzgar en Calcedonia a varios consejeros de Constancio: tres de ellos (el notorio Pablo Cadenas, el ‘conde de las generosidades sagradas’ Ursulo, y el antiguo prefecto Florencio) fueron condenados a muerte; otros fueron exiliados [7]. Redujo el inmenso número de personal del palacio y de notarios y agentes de Constancio [8]. Arbitró también medidas contra el excesivo gasto y rebajó el impuesto del oro coronario al que estaban obligados los senadores. A varias ciudades les concedió tierras incultas pertenecientes al Estado y libres de impuestos. Aunque sus reformas no fueron estructurales, intentó resucitar el antiguo espíritu republicano. Pero -y éste fue tal vez uno de los errores de Juliano- aquella época había acabado y no volvería a resucitar. Aunque contó con hombres devotos de su persona (entre ellos Amiano Marcelino y Libanio), los esfuerzos de Juliano para lograr popularidad fueron vanos. Los ricos detestaban que el emperador se erigiera en defensor de los pobres; los comerciantes protestaban por sus medidas contra el lujo, y el pueblo, acostumbrado a la magnificencia y a la firmeza de los emperadores anteriores, sentía algo de desprecio hacia este príncipe austero y poco autoritario.


La cuestión religiosa

El tema de la apostasía de Juliano se ha debatido muchísimo. Algunos estudiosos sostienen que nunca fue sinceramente cristiano, en gran parte por rechazo hacia Constancio –asesino de su padre y hermano- y su religión. Otros autores –como J. Bidez- le atribuyen unas fuertes convicciones cristianas durante sus primeros años, de modo que su ruptura con el cristianismo habría sido el resultado de una crisis religiosa. También se ha intentado explicar su apostasía por la mala formación teológica recibida, atribuyéndola al hecho de ser arrianos los preceptores a los que Constancio lo había encomendado. En el fondo de muchos estudios se percibe el interés por comprender esta extraña decisión de Juliano. Pero analizando fríamente la cuestión, nada tiene de extraño que Juliano o cualquier otro contemporáneo suyo educado en un ambiente cristiano, pudiera posteriormente hacerse pagano. El cristianismo no era aún una religión totalmente implantada en Oriente y, menos aún, en Occidente. Desde la época en que se produjo claramente el acercamiento de Constantino a la Iglesia, hasta el momento en que Juliano se convirtió al paganismo, apenas habían pasado treinta años. Durante este período el paganismo pudo ser oficialmente relegado, pero era muy poco tiempo para desarraigar una religión de siglos.

Pese a su actitud política de defensa del tradicionalismo romano, Juliano es sobre todo un oriental, un helenista, tanto en el aspecto cultural como en el religioso. Sus reflexiones religiosas -de las que sus obras nos informan ampliamente- se inspiraron directamente en los Libros Herméticos, compendio del paganismo neoplatónico tardío, aunque los autores que han estudiado profundamente las obras religiosas de Juliano coinciden en que hay en ellas elementos filosóficos que son aportaciones del propio Juliano. De sus obras se desprende que las relaciones entre el Dios Supremo y el Sol son similares a las que contemplaban los cristianos de su tiempo entre Dios Padre y el Hijo. El Dios Supremo ha creado a Helios (el Sol) con su propia sustancia, por tanto Helios es semejante y consubstancial al Dios Creador. Helios es un demiurgo o mediador entre el Dios Creador y la creación. Así, es Helios quien ha orientado la colonización griega, a través de su oráculo en Delfos, y la fundación de Roma con su esplendor también son obra suya. Helios es generalmente identificado con Apolo y, a veces, con Mitra, Marte, Serapis y Júpiter, aunque tal vez se trate de diferentes manifestaciones del Sol.

Uno de los rasgos de la religiosidad de Juliano que más pábulo ha dado a los ataques verbales de los cristianos fue seguramente su afición a los cultos mágicos. Esta afición pudo deberse a la influencia que sobre Juliano tuvieron Prisco y, sobre todo, Máximo de Éfeso. Este extraño personaje que, probablemente con razón, ha sido presentado como uno de los mayores charlatanes de todos los tiempos, inició a Juliano, en torno al 352, en no se sabe qué misterios de Hécate (según Piganiol) o de Mitra (según Bidez) en el interior de una gruta atestada de fantasmas [9].

La actitud de Juliano respecto al cristianismo fue inicialmente de tolerancia. En realidad se limitó a proclamar la libertad de culto ofrecido a los dioses paganos, anulando las disposiciones de Constancio sobre la prohibición de sacrificar a los dioses y abriendo los antiguos templos clausurados. Más aún, sabemos por Amiano que Juliano reunió en su palacio de Constantinopla a los jefes de las dos iglesias cristianas enfrentadas (arriana y católica) y les exhortó a que solventaran sus querellas y se reconciliaran. Pese a las pretensiones de tolerancia de Juliano, pronto se comprobó que el deseo de venganza de los paganos por las humillaciones sufridas y la intransigencia de los cristianos no iban a hacer viable una convivencia sin problemas. Así, se sucedió una serie de arreglos de cuentas y desórdenes graves: Jorge, el obispo arriano de Alejandría, fue muerto junto con otros dos funcionarios cristianos. Sabemos de un obispo de Aretusa que destruyó un templo pagano y fue condenado a reconstruirlo; como se negara a hacerlo fue entregado a la población, que le castigó con dureza. Como era previsible, la Iglesia perdió muchas de las ventajas que había logrado de Constantino y Constancio: se suprimió la jurisdicción episcopal en materia de delitos civiles, se restituyó a las curias de las ciudades a los curiales que habían escapado de ellas para hacerse clérigos y cesaron las generosidades económicas que se habían iniciado con Constantino. En junio del 362 Juliano promulgó la famosa ley de enseñanza, en virtud de la cual los profesores de gramática, retórica y filosofía serían en adelante nombrados por el poder central, previa propuesta de los municipios que atestiguaran la moralidad del candidato. Esta ley siguió en vigor bajo los sucesores de Juliano, con la diferencia de que los candidatos en vez de ser preferiblemente paganos, serían cristianos. Juliano explica en una carta las razones que le habían impulsado a tomar tal decisión: "Homero, Hesíodo, Demóstenes, Heródoto, Tucídides... ¿es que no creían que los dioses eran los guías de toda educación? Yo encuentro absurdo que el que comente sus obras desprecie a los dioses que ellos honraron. No obstante, y por absurda que me parezca esa inconsecuencia, no exijo de los educadores de la juventud que cambien de opinión, sino que les dejo elegir: o que dejan de enseñar lo que no toman en serio o bien, si quieren continuar sus lecciones, que prediquen primero con el ejemplo...".

La actitud de Juliano hacia los cristianos se tornó menos benevolente con el paso del tiempo. Un ejemplo característico de esto es el castigo que aplico a Cesárea de Capadocia, donde los templos paganos habían sido destruidos. Como represalia, Juliano la borró de la lista de ciudades y le devolvió su antiguo nombre de Mazaca. Además, enroló en el ejército a los clérigos de esta ciudad y le impuso una multa de 300 libras de oro. Sócrates Scholasticus dice que excluyó a los cristianos de la guardia pretoriana y del gobierno de las provincias ya que su propia ley, decía, les prohibía usar la espada. Gregorio Nacianceno afirma que Juliano persiguió a los cristianos -idea que se ha propalado entre algunos historiadores contemporáneos-. Pero, excepto el testimonio de Gregorio, que era un encarnizado enemigo de Juliano y nada imparcial, no poseemos ninguna otra fuente que lo confirme. Incluso otro escritor cristiano, nada sospechoso de simpatías por Juliano, Sócrates, lo niega: "Juliano rechazó la crueldad de la época de Diocleciano, sin dejar por ello de perseguirnos; pero yo llamo persecución al hecho de inquietar de alguna manera a las gentes de paz". Todo lleva a considerar que Juliano dictó una serie de medidas discriminatorias contra los que profesaban la religión de Cristo, pero sin llegar a una autentica persecución.

El ataque de Juliano contra los cristianos fue mucho más sutil. Por un lado, como ya vimos, trató de privarlos de muchos de los privilegios legales que les habían sido concedidos hasta entonces. Por otro, trató de organizar una nueva Iglesia pagana, mezcla de los ritos solares del Asia Occidental y de la antigua mitología griega, para rivalizar con la cristiana. Al efecto, redactó él mismo una plegaria al Sol e instituyó un clero con un sumo sacerdote en cada provincia.

Además, trató de desacreditar al conjunto de creencias cristianas intentando mostrar que estas eran nocivas para la sociedad y que los cristianos eran simples apóstatas del Judaísmo, una religión mucho más antigua, más establecida y más aceptada. Juliano expuso la mayoría de sus argumentos en su tratado Contra los Galileos; debe decirse, de pasada, que Juliano está en deuda con Porfirio por la composición de este trabajo. En él ataca la doctrina Judeo-cristiana que afirma que los humanos, como seres creados, no eran divinos. Semejante afirmación era un anatema para el pensamiento filosófico tradicional, que en general sostenía que los humanos simplemente eran una parte de la divinidad que había sido separada por alguna catástrofe. Juliano también afirma que el Judaísmo, aunque una religión impía, era más legítimo que el Cristianismo, porque por lo menos tenía miles de años (él cuestionaba cómo alguien podía practicar una religión que tenía sólo trescientos años de historia) [10]. Juliano llevó a la práctica su ataque a la ideología cristiana intentando reconstruir el Templo judío de Jerusalén, que había sido destruido por el emperador Tito en el año 70 d.C. Los cristianos consideraban la destrucción del Templo como un evento importante que confirmaba la profecía que invalidaba la antigua Ley judía y confirmaba el Nuevo Testamento. En 363, Juliano designó a Alypius, antiguo vicario de Britania, para que dirigiera la reconstrucción del Templo, pero la obra se detuvo debido a que un terremoto (descripto por los contemporáneos como un fuego misterioso que surgió de la tierra) destruyó lo realizado y mató a muchos obreros. Juliano suspendió el proyecto cuando se lanzó a su campaña contra Persia, y nunca fue reanudado.


La campaña contra Persia

Habiendo pasado el invierno de 361-362 en Constantinopla, Juliano fue a Antioquía para preparar una gran expedición contra Persia. Las metas exactas que Juliano perseguía con esta campaña nunca estuvieron claras. Los persas sasánidas, y antes que ellos los partos, habían sido enemigos tradicionales de Roma desde el tiempo de la República, y de hecho Constancio estada dirigiendo una guerra contra ellos antes de que el ascenso de Juliano lo forzara a fraguar una paz intranquila. Juliano, sin embargo, no tenía ninguna razón concreta para volver a reiniciar las hostilidades en el este. Sócrates Scholasticus atribuyó la decisión de Juliano a su deseo de imitar a Alejandro el Grande, pero quizás la razón real estuviera en su necesidad de cosechar el apoyo del ejército. A pesar de su aclamación por las legiones galas, las relaciones entre Juliano y la cúpula militar eran inestables en el mejor de los casos. Una guerra contra los persas daría prestigio y poder tanto a Juliano y como al ejército.

La estancia del emperador en Antioquía fue todo menos tranquila. Ese invierno, la sequía y un gran terremoto habían golpeado duramente a la región, por lo que el Senado de Antioquía se enfadó y se negó a apoyar a Juliano cuando este no desvió recursos reunidos para su campaña contra los persas con el fin de socorrer a las víctimas de los desastres naturales. Luego de otros incidentes, Juliano, fastidiado, escribió su sátira Misopogon (Odio a la barba, o más ajustadamente Los que odian la barba), contra la forma de vida afeminada de los antioquenos, y estableció sus cuarteles de invierno en Tarso; desde allí, a principios de la primavera, marchó contra Persia.

Las incidencias de esta campaña son conocidas a través de Amiano, Libanio y Zósimo, quienes seguramente consultaron el diario de guerra que escribió Oribaso, médico del emperador, que no ha llegado hasta nosotros. Usando su conocida estrategia de golpear rápidamente y donde menos se esperaba, Juliano avanzó con su gran ejército (unos 60.000 hombres, si creemos a las fuentes) hasta Heirapolis y desde allí rápidamente cruzó el Éufrates y penetró en la provincia de Mesopotamia, dónde él se detuvo en el pueblo de Batnae. Su plan era volver en el futuro a través de Armenia e invernar en Tarso. Una vez en Mesopotamia, Juliano se enfrentó con la decisión de si avanzar hacia el sur a través de la provincia de Babilonia o cruzar el Tigris hacia Asiria, decidiendo finalmente proseguir al sur y girar hacia el oeste posteriormente. El 27 de marzo, él llevó a la masa de su ejército por el Éufrates, habiendo organizado una flota para asegurar su línea de suministros a lo largo del gran río [11]. Entonces envió a sus generales Procopio y Sebastiano a ayudar a Arsacius, rey de Armenia y protegido de los romanos, y guardar la línea del Tigris septentrional. También fue durante este tiempo que él recibió la rendición de muchos líderes locales prominentes que habían apoyado nominalmente a los persas. Estos hombres suministraron a Juliano dinero y tropas para llevar a cabo una acción militar más amplia contra sus antiguos señores. Juliano avanzó hacia el sur de Babilonia, a lo largo del Éufrates, llegando a la fortaleza de Cercusium, en la confluencia de los ríos Abora y Éufrates, alrededor del 1 de abril y desde allí penetró con su ejército en una región llamada Zaitha, cerca de la población abandonada de Dura, dónde visitó la tumba del emperador Gordiano qué estaba en la zona. El 7 de abril el emperador partió hacia el corazón de Babilonia.

Amiano informa que Juliano y su ejército avanzaron entonces por Asiria, lo que a primera vista podría llevar a la confusión: Juliano todavía parece estar operando dentro de la provincia de Babilonia, entre los ríos Tigris y Éufrates. La confusión se mitiga cuando uno comprende que, para Amiano, la región de Asiria abarcaba las provincias de Babilonia y Asiria. En su marcha, las fuerzas de Juliano tomaron la fortaleza de Anatha, recibieron la rendición y el apoyo de más príncipes locales, y asolaron los campos entre los dos grandes ríos. Siguiendo hacia el sur, se encontraron con las fortalezas de Thilutha y Achaiachala, pero estos lugares estaban bien defendidos y Juliano decidió dejarlos en paz. Más al sur estaban las ciudades de Diacira y Ozogardana que las fuerzas romanas saquearon y quemaron. Luego, Juliano avanzó hasta Pirisabora, que cayó tras un sitio breve y también fue saqueada y destruida. Fue en estos momentos que el ejército romano se enfrentó a la primera resistencia sistemática de parte de los persas. Cuando los romanos penetraron más hacia el sur y hacia el oeste, los habitantes de la región empezaron a inundar su ruta. No obstante, las fuerzas romanas avanzaron deprisa y llegaron a Maiozamalcha, una ciudad importante no lejos de Ctesifonte, la capital sasánida. Después de un sitio corto, esta ciudad también cayó ante Juliano. Inexorablemente, las fuerzas de Juliano pusieron entonces su mira en Ctesifonte pero, a medida que se fueron acercando a esta ciudad, la resistencia persa creció mucho con ataques de guerrillas que costaron a Juliano hombres y suministros. Una fuerza regular del ejército se perdió y el propio emperador casi es muerto durante la toma de un fuerte a unas pocos kilómetros de su objetivo.

Finalmente, el ejército romano llegó a las inmediaciones de Ctesifonte, siguiendo un canal que unía al Tigris con el Éufrates. Pero, pronto quedó claro que un sitio prolongado sería necesario para tomar esa importante ciudad. Muchos de sus generales opinaron que seguir ese curso de acción sería descabellado y Juliano aceptó esto a regañadientes pero, enfurecido por el fracaso, ordenó quemar su flota y decidió marchar hacia el norte, a través de la provincia de Asiria, para reunirse con Procopio. Juliano había planeado que su ejército viviera del país, pero los persas emplearon una política de “tierra arrasada”. Cuando comprendió que sus tropas perecerían de inanición (los suministros estaban empezando a menguar) y de calor si él continuaba su campaña, y también ante la superioridad de las fuerzas enemigas, Juliano ordenó la retirada el 16 junio.

Mientras el ejército romano se retiraba, fue acosado por continuos ataques persas. Durante uno de estos ataques Juliano se vio envuelto en la lucha, siendo herido en el abdomen por una lanza. La muy conocida anécdota, registrada por primera vez por Teodoreto (siglo V), según la cual Juliano se arrancó la lanza que le había herido y, ensangrentada, la arrojó hacia el cielo, pronunciando la famosa frase: "Venciste, Galileo", es considerada totalmente apócrifa y probablemente sea un de-sarrollo de la descripción de su muerte tomada de los poemas de Efrén el Sirio (Ephraem Syrus) [12].

El emperador fue llevado a su tienda dónde, después de conferenciar con algunos de sus oficiales, falleció. Era el 26 de junio de 363. El ejército eligió como su sucesor a Joviano, un oficial cristiano de origen panonio que, ansioso por llegar a territorio romano y confirmar su nombramiento, firmó una paz vergonzosa con los persas, a quienes cedió la fortaleza de Nisibis y la mayoría de los territorios armenios conquistados en 298. Los restos de Juliano fueron sepultados en Tarso.



Conclusión

Así, un hombre que había esperado restaurar la gloria del Imperio romano durante su reinado tuvo un final ignominioso. Debido a su intenso odio hacia la Cristiandad, el juicio de la posteridad no ha sido favorable para con Juliano. Pero, la opinión de muchos de sus contemporáneos fue, sin embargo, positiva. Él fue un hombre de buenas costumbres, un valeroso general y un hábil administrador, pero demostró tener un carácter demasiado sugestionable e idealista, lo que lo llevó a acariciar la idea de restablecer el paganismo (un paganismo, por otro lado, idealizado por la filosofía de su tiempo). Escribió numerosos trabajos literarios en griego, que se distinguen por su estilo puro, aun cuando la invención sea bastante pobre y se note una excesiva influencia de los clásicos griegos, influencia que a veces es clara imitación. Primeramente hay que citar sus cartas, entre las que sobresale la dirigida a los atenienses en 361, haciendo públicos sus sentimientos religiosos. Quedan también de él varios discursos o panegíricos, entre ellos el tratado contra los cínicos; los Césares, sátira contra los emperadores romanos; el ya mencionado Misopogon, sátira contra los habitantes de Antioquía, y cuatro epigramas de escaso valor.

Su tratado contra el Cristianismo, destruido por orden de Teodoro II, se puede reconstruir parcialmente gracias a la refutación de Cirilo de Alejandría.

Leonardo Fuentes



BIBLIOGRAFIA

Bidez, J.: La vie de l'empereur Julian (3ª edición), Paris, 1965.

Cave Wright, Wilmer (ed. y trad.): The Works of the Emperor Julian (3 vols.). Londres, 1923.

Clark, C.U. (ed.): Ammiani Marcellini Rerum Gestarum Libri Qui Supersunt, Weidemann: Berlin, 1963.

La tetrarquía sin Diocleciano – Constantino emperador, en www.artehistoria.com/historia

Historia Universal, t. I, Buenos Aires, ANESA, 1974.

Piganiol, A.: L'empereur Constantin, París 1932.

Piganiol, A.: L'Empire Chrétien, Paris, P.U.F., 1972.

Roberts, Walter E. y DiMaio, Michael: Julian the Apostate, en www.roman-emperors.org

Sanz Serrano, R.M.: El paganismo tardío y Juliano el Apóstata, Historia del Mundo Antiguo nº 60, Akal, Madrid, 1991.

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[1] Afortunadamente se conservan muchos escritos del propio Juliano (cartas, discursos y algunas sátiras). Otras fuentes contemporáneas son la historia de Amiano Marcelino (Rerum gestarum libri), la correspondencia entre Juliano y Libanio de Antioquía, varios panegíricos, leyes del Código Teodosiano, varias inscripciones y monedas.

[2] Fueron asesinados el césar Dalmacio, Julio Constancio (hermanastro de Constantino y padre de Juliano), y todos los miembros de su familia, además de sus principales partidarios. El rey Anibaliano fue asesinado poco después. Eliminados todos estos competidores, los tres hijos de Constantino (Constante II, Constantino II y Constancio) se proclamaron augustos y procedieron a repartirse el Imperio.

[3] En enero del 350 tuvo lugar en Autun la proclamación como augusto del conde Magnencio. Este era un oficial semi-bárbaro que contaba con el respaldo del ejército acantonado en las Galias, del prefecto del pretorio local y de Marcelino, conde de la administración privada del emperador. Parece ser que Magnencio era pagano, como se desprende de la ley que promulgó inmediata-mente después de su proclamación, en virtud de la cual restablecía el derecho de los paganos a celebrar sacrificios. También eran paganos quienes lo apoyaron y los prefectos de Roma designados por él, lo que lleva a suponer que este golpe de Estado habría tenido un móvil religioso y habría sido alentado por la oligarquía romana, mayoritariamente pagana. Constancio y Magnencio se enfrentaron en Mursa. Pese a la victoria de Constancio, la batalla fue probablemente la más sangrienta de todo el siglo. Parece que de los 80.000 hombres de Constancio perecieron más de 30.000 y de los 36.000 de Magnencio, cerca de 24.000. Una pérdida que afectó a la capacidad militar del Imperio durante varios años. La segunda victoria de Constancio, al año siguiente, tuvo lugar en Mons Seleuci, a resultas de la cual Magnencio se suicidó (353).

[4] La fecha exacta de su proclamación es desconocida, pero la mayoría de los investigadores la ubica en febrero o marzo de 360.

[5] Según diversos testimonios, los soldados penetraron en la tienda de Juliano y, proclamándolo emperador, le plantearon la alternativa de aceptar ese alto cargo o ser muerto inmediatamente. En una carta a su amigo y maestro Máximo de Éfeso, el propio Juliano afirma que los soldados lo proclamaron augusto contra su voluntad. Juliano, sin embargo, defiende su ascenso, diciendo que los dioses lo habían dispuesto y que él había tratado a sus enemigos con clemencia y justicia.

[6] Fue por este tiempo que Helena, la esposa de Juliano, falleció. Él envió sus restos a Roma para que tuviera un entierro adecuado en la villa de su familia en la Vía Nomentana, dónde el cuerpo de su hermana también estaba sepultado.

[7] El hispano Pablo Cadenas –Paulo Catena-, jefe de los agentes in rebus (especie de policía política organizada por Constancio), era responsable de muchos asesinatos y fue quemado vivo. Ursulo, comes sacrum largitionum, se había ganado la animadversión de los militares y estos exigieron que fuera ejecutado, según nos informa Amiano.

[8] La burocracia imperial se había visto sumamente sobredimensionada durante el reinado de Constancio. Incluso el número de cocineros y barberos había aumentado mucho en los últimos tiempos de este emperador y Juliano los expulsó de la corte.

[9] Máximo tuvo enorme influencia durante el reinado de Juliano, pero fue ejecutado en el año 371, durante la persecución de los magos llevada a cabo por Valente.

[10] Contra Galilaeos, en Wilmer Cave Wright (ed. y trad.), The Works of the Emperor Julian (3 vols.). Londres, 1923.

[11] Esta flota consistía en naves de guerra, embarcaciones para la construcción de puentes y naves de carga. El número de naves varía según la fuente que se consulte (Amiano, 1100 naves; Magnus de Carrhae, 1250 naves; Zósimo, más de 1200 embarcaciones; Zonaras, 1100 naves).

[12] También, poco después de la muerte de Juliano corrió el rumor que la herida fatal se la había infligido un cristiano integrante de su propio ejército.

Leonardo Fuentes

1 comentario:

Diana de Méridor dijo...

Un personaje muy interesante, lleno de contradicciones y creo que a veces dificil de comprender. Me trajo usted a la memoria la deliciosa novela de Gore Vidal sobre su vida. Vaya, me apetece darle un repasito.

Feliz fin de semana

Bisous