Por Pedro Fernández Somellera
La historia de Charles Lindergh, pionero de la aviación, sigue maravillando a propios y extraños
GUADALAJARA, JALISCO (17/AGO/2014).- El piloto se llamaba Charles, y su avión…Su avión había sido construido en tan solo 60 días; tenía las alas de madera y el fuselaje estaba armado con enclenques tubos de fierro y recubierto con una ligera tela.
Un solitario motor Whirlwind J-5C de 223 C.V. fue colocado en su nariz, para consumir los mil 700 litros de gasolina que almacenaba en los tres tanques colocados frente al piloto que le negaban toda visibilidad hacia delante. La minúscula cabina era un reducido espacio de 81 centímetros de ancho, por 94 de largo y 130 de altura, en donde el larguirucho piloto encaramado en una débil silla de bejuco empuñaba el bastón de mando. Su visión se limitaba a una pequeña ventanita instalada a cada lado, y solo podía ver hacia delante a través de un pequeño periscopio que parpadeaba entre las aspas de la hélice.
El joven Charles Linbergh a sus tiernos 25 años, Donald Hall, y el equipo de ingeniería de la Ryan Airlines en San Diego California, literalmente sudaban la gota gorda para construir el sui géneris aeroplano que intentaría ser el primero en cruzar el Atlántico desde Nueva York hasta París sin hacer ninguna escala.
Lo bautizaron “Espíritu de San Luis”: Espíritu por todo lo que para ellos significaba; y San Luis porque los patrocinadores eran de esa ciudad de Missouri. El premio de 25 mil dólares ofrecido, pasaba a segundo término tras la gloria que significaría la victoria.
Se prescindió de un acompañante. Se desecharon los tres motores para caso de emergencia. Lindbergh opinaba que “tres motores significaban tres problemas”; y que en caso de que alguno de ellos fallara, no serían suficientes los restantes para sostenerlo en vuelo. Además de que el peso de la gasolina requerida lo hacían absurdo.
Una cabina apretujada; retacado de gasolina; una enclenque silla de bejuco; las alas de madera; el tapiz de tela; un solo motor; cero visibilidad al frente; endeble bastón de mando; una balsa inflable; un cuchillo; linterna; cuatro galones de agua; cinco raciones de emergencia; una bola de hilo; una aguja larga; cuatro bengalas; seis mil kilómetros de mar, y treinta horas resistiendo la tensión, el cansancio y el sueño, era el equipaje que llevaba el joven y solitario espíritu de Linbergh.
El vuelo inicial de San Diego a Nueva York batió el record de velocidad cruzando el continente americano. Con ese primer triunfo obtenido, Charles Lindbergh partió el 20 de mayo de 1927 del aeropuerto Roosevelt en las afueras de Nueva York para dirigirse a Paris en donde, 33 horas y 32 minutos después, y con 5 mil 800 kilómetros recorridos, aterrizó en el aeródromo parisiense de Le Bourget, donde una muchedumbre azorada le esperaba con grandes festejos y algarabía.
Charles Augustus Lindbergh, hijo de inmigrantes suecos, nació en Detroit en 1902; y después de haber vivido una vida plena y enriquecedora, murió en 1974 en Maui a los 72 años.
Después de su famoso vuelo, además de recorrer un sinnúmero de ciudades estadounidenses, invitado por el presidente Calles y el embajador Morrow, emprendió su histórico viaje a México, en donde conoció a Anne hija de éste, con quien más tarde se casó y tuvo seis hijos, habiendo padecido la terrible tragedia del secuestro y asesinato del primero de ellos a tan solo tres años de su matrimonio.
Los festejos mexicanos no cesaron durante su estancia; y el más célebre fue el haber piloteado el vuelo inaugural de la célebre Mexicana de Aviación.
Continuando su ruta de celebraciones por varios países de América del Sur, Guatemala, Colombia, Venezuela etc., y después de haber recorrido Cuba y las islas del Caribe, donó su famoso avión al Museo del Aire y del Espacio en el Smithsonian de Washington donde a la fecha permanece expuesto.
El “Espíritu de San Luis”… un gran avión. Charles Linbergh… un gran hombre con un gran espíritu.
FUENTE:
http://www.informador.com.mx/suplementos/2014/543992/6/un-piloto-con-espiritu.htm